Entender al ser humano, a todo ser humano, como ciudadano,
como partícipe a pleno derecho de una comunidad política, es el más seguro
pilar de la democracia. Ese convencimiento moral ha ido elaborándose a través
de la historia, en Occidente, mediante un proceso largo y difícil, lleno de reveses
aunque también de logros felices. Hoy, en pleno siglo XXI, en plena
mundialización, el proceso no ha culminado aún. No hemos ampliado todavía
la noción de comunidad política a sus límites deseables y naturales, que son los
de la humanidad.
El tribalismo, el particularismo moral, el comunitarismo étnico y,
naturalmente, el nacionalismo –tanto el opresor como el excluyente- son
escollos que se interponen ante ese esfuerzo civilizatorio universalista. Son
difíciles de salvar. Siguen aún dividiéndonos, disminuyéndonos en dignidad,
haciéndonos extraños los unos ante los otros. La senda hacia la ciudadanía
universal no está todavía cubierta. Falta mucho trecho. Aunque nada impida
que nos empeñemos en continuar siguiéndola.
En esa larga aventura de la razón y la voluntad civilizatoria la obra Del
ciudadano o, según el título latino que siempre suele usarse, De cive, de Thomas
Hobbes, ocupa un lugar crucial. Apareció en París en 1642 y recibió
inmediatamente considerable atención en el descollante círculo intelectual en el
que se movía a la sazón Hobbes. (La edición inglesa es de 1651, y lleva por
título De Cive, Philosopohical Rudiments Concerning Government and Society.
1) Su
autor, el más grande filósofo político que haya engendrado Inglaterra, laboró en
numerosos frentes del saber –sobre todo en ciencia natural, desde la óptica a la
matemática- con varia fortuna. Su herencia imperecedera se halla en el campo
de la filosofía política y, por extensión, en la ciencia social. Los tiempos
turbulentos y peligrosos que le tocó vivir inspiraron su obra y radicalizaron los
argumentos sobre los que descansa. Hobbes jamás deja indiferente.
HOBBES, FUNDADOR DE LA CONCEPCION MODERNA DE LA
CIUDADANIA
Salvador Giner